Prólogo
En algún lugar del océano Atlántico
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a monotonía hacía días que se había adueñado del viaje, eternamente acompañada por el interminable crujir de las arboladuras y el seco chirriar de las cuerdas. Los hombres corrían de un extremo al otro entre voces y maldiciones, ocupados en los quehaceres propios de sus rangos.
Había sido un día soleado y maravilloso, el sol había brillado alto, calentando el corazón de todas las almas que se habían aventurado a pasar unas horas en cubierta. Pronto llegarían a puerto, unos días más a lo sumo. Después de tantos días rodeados de esa infinita extensión que era el mar, deseaban poner los pies en tierra. La larga travesía había sido tranquila, apacible, sin muchas complicaciones. Una balsa calma impulsada por la suave brisa que los llevaba a destino.
Pero esa relativa paz había sido truncada durante los últimos minutos.