Después de días y días de pasármela metida en google buscando info, al fin comencé a escribirlo.
No iba a dejároslo ver aún, pero weno, sé que algun@s queréis saber que me traigo entre manos, jajaja, así que os dejaré sólo un adelanto.
Que lo disfrutéis, espero que os guste y, como siempre vuestros, comentarios, ya sean buenos o malos, jajaja.
Es sólo un borrador sujeto a posibles cambios, jejeje.
En algún lugar del océano Atlántico
La monotonía hacía días que se había adueñado del viaje, eternamente acompañada por el interminable crujir de las arboladuras y el seco chirriar de las cuerdas. Los hombres corrían de un extremo al otro entre voces y maldiciones, ocupados en los quehaceres propios de sus rangos.
Había sido un día soleado y maravilloso, el sol había brillado alto, calentando el corazón de todas las almas que se habían aventurado a pasar las horas en cubierta. Pronto llegarían a puerto, unos días más a lo sumo. Después de tantos días rodeados de esa infinita extensión que era el mar, deseaban poner los pies en tierra. La larga travesía había sido tranquila, apacible, sin muchas complicaciones. Una balsa calma impulsada por la suave brisa que los llevaba a destino.
Pero esa relativa paz se había truncado durante los últimos minutos.
La rudeza del viento hacía ondear con fuerza la bandera sobre el mástil, haciéndola chasquear con violencia. Las olas arrastraban el barco de un lado a otro, frágil como pluma mecida a voluntad de la fuerte ventisca. El cielo, cubierto por unos enormes nubarrones oscuros, amenazaba con descargar sobre ellos la inminente tormenta. Podían sentir el aire cargado de electricidad estática; los rayos ya adornaban el horizonte con sus descargas eléctricas.
Los viejos lobos de mar gruñían mientras tiraban de los cabos, recogiendo aprisa el velamen antes de que las velas fueran rasgadas. El contramaestre gritaba las órdenes recibidas por el capitán, haciéndose oír por encima del fuerte viento que los azotaba. Nervioso, el capitán Montalvo intentaba parecer impasible sobre el castillo de popa, aferrado a la barandilla, mientras los marineros corrían de babor a estribor esforzándose por cumplir sus enérgicos mandatos. A su lado, el timonel intentaba mantener el rumbo, difícil de lograr dado el oleaje que los zarandeaba.
Poseidón, dios del mar y las tormentas, estaba cabreado y descargaba su cólera contra ellos. Serían la ofrenda destinada a calmarlo por violar sus inmortales dominios.
El primer trueno rasgó el cielo, acompañado de un primer y sorpresivo cañonazo. Se les heló el alma. Toda actividad a bordo se detuvo.
Continuará…