Os dejo otro de los ejercicios que consistía en escribir durante quince minutos a partir de la frase de ese día. Espero que os guste y lo disfrutéis.
Cuando me desperté a su lado... supe que había encontrado a la mujer de mi vida. Para siempre.
Dulce, sincera, perfecta.
Su voz, tranquila y confiada, templa la ansiedad que me provoca el hecho de que pueda perderla. Los nervios no me dejan expresar lo que siento, sellando mis labios como si de una mordaza se tratara. El dolor insoportable que se ha instalado en mi pecho devora poco a poco la ilusión de esa vida en común que habíamos planeado, cubriendo nuestra felicidad con un tupido velo de incertidumbre y desesperanza. Es entonces cuando ella, tras percibir mi tristeza, me dice, con su voz serena y delicada:
—Tranquilo, todo va a salir bien.
Y yo la creo, porque necesito hacerlo.
Su cuerpo descansa junto al mío, abrigando con su calidez el abrazo frío del miedo que me hace estremecer. Su respiración acompasada tranquiliza el ritmo frenético de mi corazón, y su mano —suave como el tacto de un pluma— acaricia mi piel y me transporta a una época en la que creíamos que nada podría separarnos.
Salvo que… ninguno de los dos había contado con la fatal enfermedad.
Me dice algo y no contesto, sumido en mis pensamientos sobre el futuro, nuestro futuro, ese que creímos que sería eterno. Se alza un poco y se apoya sobre el codo para mirarme, y sus ojos —de un azul claro como el cielo de verano— atrapan los míos, de un gris tan oscuro como el atardecer más tormentoso. Hago un amago de sonrisa para no preocuparla, pero ella sabe que miento, no es real, sólo un espejismo con el que intento disimular el terror que me causa el miedo a perderla para siempre.
—Eh —me llama, reclamando mi atención y tomando mí barbilla para que vuelva a mirarla—. Te lo prometo, todo va a ir bien, de verdad —repite, sin apartar su mirada de la mía.
—Te quiero —susurro.
Es lo único que puedo decirle antes de que las palabras queden atrapadas en ese nudo doloroso que se ha instalado en mi garganta.
—Te quiero —responde ella, y posa su cabeza de nuevo sobre mi pecho.
Sus dedos hacen suaves círculos alrededor de mi ombligo, y juega distraídamente con el vello oscuro que desciende por debajo de la sábana que nos cubre, mientras, mi mano acaricia su espalda, grabando en mi memoria su recuerdo. Su piel suave, sus curvas perfectas, su rostro ovalado, sus labios rosados, su mirada confiada… No quiero olvidarme de nada.
Y rezo, una vez más, a un Dios que no me escucha.
2 Apasionad@s:
Está hermoso, Val... Es muy fuerte y lleno de sentimiento, aunque también es triste.
¡Felicidades! Adoro como escribes. Me encanta.
Y la imagen está preciosa!
Besotes! :)
Gracias, wapaaaaaaa
Es lo que surgió, leía la frase y me tenía que poner a escribir inmediatamente, sin trampas, jajaj, y a veces salían cosas divertidas y otras no tanto.
Me alegro mucho que te haya gustado, y la imagen le viene perfecta, jiji
Besotessssssss